domingo, 1 de febrero de 2009

19 - De asesinar paradigmas

Tan cliché como una paloma, la luz siempre será símbolo de libertad.
www.flickr.com - Pro Zac


Tener una vida cómoda lleva al agotamiento.
Cuento con un poco menos de un salario mínimo (496.900 pesos después de la imposición del gobierno en ajustarlo en 7,61 por ciento, lo mismo que la inflación en 2008) para ahorrar y lograr los sueños que tengo escondidos. Los demás ingresos se van en gastos fijos (pues aún no tengo apartamento propio y pago servicios, mercado, etc.), ropa bonita, saliditas varias a comer y a beber.
Viajes de vez en cuando y por viajar entiendo hasta una ida a Sopó.
Nada de madrugar: me levanto a las 7 y 30, cuando el sol más o menos empieza a calentar en esta ciudad que cada vez está más cerca de los extremos.
Par de converse, jean stretch y blusita delicada para ver si por fin dejo de parecer un niño.
Camino un par de cuadras, cojo el bus completamente desocupado y con un chofer de buen gusto: alguna vez la música de Tiesto salió de los desafinados parlantes.
¿Cómoda? Esa palabra me rayó la materia gris más de una vez cuando al abrir los ojos me daba cuenta de que eran las 6 y 30 de la mañana y, aunque estaba completamente despierta, nada me motivaba a salir de la cama. Esperaba a que el celular interpretara su horrible ruido de alarma a las 7 para agarrar el aparato e ir a “despertador” y teclear 7 y 10… sonaba a esa hora y lo ponía a las 7 y 20… gritaba de nuevo y lo configuraba a las 7 y 30. Hasta ahí llegaba el juego. Esa era mi última oportunidad para poner los pies con medias en la alfombra, dirigirme al baño, hacer lo que todos hacemos al ver el nuevo día y llegar puntual al trabajo.
La incertidumbre me mata, al igual que la improvisación, los malos tratos, el irrespeto, el ambiente tenso, los gritos y los llantos. A eso me tenía que enfrentar día tras día a pesar de que el producto final era un artículo de 40, 50 ó 60 líneas, luego de escribir como producto de mi reportería.
Escribir. Lo que más he amado toda la vida, escribir, se volvió un tedio en el último año.
Ahí llega el agotamiento. Hace falta el cambio, el reto.
Pero da miedo. Da miedo dejar la zona de confort que tenemos en un trabajo con un sueldo decente, en una empresa sólida que te ofrece nuevos conocimientos.
Da miedo decir “no más” a lo que García Márquez denominó el “oficio más bello del mundo”… Valga recordar que el escritor dijo hace poco que el periodismo colombiano deja mucho que desear.
Recuerdo cuando una amiga con la que viví me dijo que su papá quería ser futbolista… de hecho, el tipo era de la selección B o juvenil (no sé categorías de fútbol) del Santa Fe. No retengo el desenlace de la historia, pudo ser tan trágico como una malformación en la rodilla o tan simple como que se dio cuenta de que del fútbol no comen muchos cristianos. Al final, le tocó estudiar economía y desempeñarse en trabajos aduaneros durante más de 20 años.
“Uno tiene que amar lo que le toca hacer”, me dijo ella, un poco resignada por la suerte de su padre.
En mis épocas rebeldes dije que no haría lo que me tocara hacer, sino lo que quisiera hacer. La pregunta, hoy, mañana y siempre es, ¿qué quiero hacer?

- ¿Lo sabes tú?
- …
- ¿Lo lograste?
- …
- ¿Lo vas a lograr?
- …

Cuando comes y vives de las cosas que pagas con tu sueldo, pues haces lo que te toca hacer.
Y así estuve un tiempo, tratando de enamorarme de esa actividad que me daba estabilidad, que me permitía cada día saber más que el anterior. Un trabajo que me dio la oportunidad de hacer las cosas mañana mejor que hoy, que me tatuó en la mente entrega, responsabilidad, eficiencia.
Pero se levanta el rojo que vive adentro y un día, sin pensarlo, dije con seguridad “no más”. Sin un futuro estable, sin saber qué hacer.

- ¿Para dónde te vas?
- Por ahora, para mi casa.
- ¿No tienes trabajo?
- No. El tiempo me dirá si fui valiente o irresponsable.

Así se mata un paradigma.
O por lo menos así lo maté yo, para empezar de 0 en lo que siempre quise hacer, pero no lo sabía.
Nunca he estado conforme.
Nunca lo estaré.
Creo que en línea con las críticas a una sociedad volátil, superflua, libre y prisionera al mismo tiempo, continuaré, a lo largo de mi vida, inmersa y viviendo al ritmo de las olas de una sociedad líquida, cuyo vaivén es cada vez más vertiginoso.