viernes, 3 de junio de 2011

De situaciones increíbles

                                                                                  Esta es mi foto favorita con mi papá

Hoy me cuestionaron:
“Dime, ¿qué más debí haber hecho?
¿No acaba todo, al fin y al cabo, muriendo, y tan pronto?
Dime, ¿qué planeas hacer
con tu vida preciosa, salvaje, única?”

Mi papá, mi hombre favorito, hoy cumple dos meses de haber sido arrebatado de mi lado y, hace cinco días, el hombre de mi vida me pidió el divorcio.

Siento que así como a los bebés les introducen por el ano un hisopo para cagar, la vida cogió mi cabeza para librarse del estreñimiento y me bañó en mierda.

No es cuestión de justicia, de merecer, pero siempre estuve completamente enamorada de mi esposo, así el matrimonio no fuera perfecto. Yo era feliz. Al parecer, él no. Yo, transparente, hablo todo lo que me molesta y lo que no (porque mujer que no joda es hombre) y él, como buen macho, todo se lo calló y me abandonó a los 57 días del fallecimiento de mi papá. Los mismos 57 días que llevo en otra ciudad, en la ciudad de mi papá, tratando de hacer justicia.

Mi esposo no quiere estar conmigo: decidió cancelar nuestro viaje a Canadá con pasajes comprados para el 21 de junio, ya había renunciado a su trabajo, no tiene casa ni cama porque ya todo estaba listo para irnos.

Con dolor, decepción, sorpresa, me pregunto qué hice mal, qué tantos momentos despreciables le hice sufrir que decidió renunciar a sus sueños con tal de no seguir conmigo.

Lamentable, me siento engañada; yo era feliz. Y él nunca me advirtió que, si yo seguía con X o Y comportamiento, se largaría. Solo me pidió el divorcio. ¿O será que así sí encaja el famoso "no eres tú, soy yo"?

Lo consentí, cuidé y regañé como a un hijo. Error.

Mujeres: nosotras estamos para recibir y adular. Reciban regalos, atenciones, protección, sonrían y den las gracias. Limítense a tener sexo y, de acuerdo a su preferencia, hagan deporte, trabajen, lean o escriban. Adulen a sus maridos; es necesario decirles cuánto los admiran, los veneran, lo orgullosas que si sienten de ellos. No los protejan… ellos son los que deben proteger. Sean dependientes de ellos y nunca se les ocurra solucionarles los problemas o ayudarlos a hacerlo porque pueden ofenderse o sentirse inútiles.

Claro, nunca den nada por sentado.

Hoy no solo lloro al ver las fotos espectaculares de mi papito conmigo, ese galán enamorado de mí, de su cachetona. También lloro al ver la cara de mi Dieguito feliz, ya solo en las fotos tomadas en un pasado.

¿Qué quedan? Recuerdos, unos quedan conmigo, otros se irán con el tiempo, el viento, el agua y el polvo, porque mi memoria es cualquier cosa menos prodigiosa. Por eso no soy rencorosa. También queda un tatuaje en cada brazo, uno de cada uno de los hombres más importantes de mi vida en la actualidad.

Y digo en la actualidad porque mi papá está ayer, hoy y siempre… el man es eterno. Diego, si no regresa (que como lo conozco, sé que no lo hará, y sólo yo sé cómo duele), pasará a una carpeta recóndita de mi disco duro llamado memoria no confiable y dispersa.

Situaciones como estas lo dejan a uno devastado. El asesinato de un padre no se supera… pero de amor no se muere nadie. Como dijo mi profesor de universidad, Jair, el amor es eterno mientras dura… para mí aún es eterno porque lo adoro, porque mi único sueno era envejecer con él.

Gracias a mi mamita, a mis hermanitas, a mi hermanito, a Adry y a Jose por todo el apoyo recibido. No hay cómo pagarles. Los amo.

La firma de mi amado padre... el invencible, el man más la verga.


                                                                                    El tatuaje que tenemos Diego y yo...