sábado, 26 de febrero de 2011

De muertos

Esta en una entrada para expresar lo que siento en estos momentos.

La muerte es algo que no nos gusta... unos le tienen miedo al hecho de morirse, otros no se imaginan no volver a ver a sus seres queridos. A mí lo que no me gusta es lo que la muerte de seres queridos le produce a la gente que más quiero.

Me siento impotente, ¿los abrazo?,¿les agarro la mano?, ¿qué les digo, "lo siento"? De verdad que yo no siento NADA en comparación con ellos. ¿Les digo "mi sentido pésame"? Aún me pregunto qué significa esa frase tan pasada de moda. Y si estoy lejos y me toca por teléfono, ¡peor!

Realmente, si es un muerto mío (familiares cercanos, sin incluir padres), no estoy de acuerdo con verlos en el ataúd, fríos, verdes, sin vida. Prefiero recordarlos como la última vez que los vi, cuando, por más enfermos que estuvieran, su piel aún estaba caliente. En serio considero que ver a un muerto en el ataúd es morboso... y uno no debe ser morboso con un ser querido. ¡Mucho menos tomarle fotos!

Creo que yo (y reitero que este blog no es más que mi opinión, lamento herir susceptibilidades) solo iría al ataúd a ver a mi papá, a mi mamá y a mi esposo... porque realmente NECESITO despedirme de ellos, por más duro que me dé verlos ahí, marchitos... sigue siendo morboso, pero incluso, si no hay vidrio, los cogería, los abrazaría, los tocaría hasta que me quitaran.

Una vez conocí a una señora feliz... de esas que no se alteran por fala de plata, trancones, gordura, nada. Le pregunté por qué ella era así, tan "valeverga" en el buen sentido de la palabra y me dijo "pues, primero se murió mi papá, luego mi mamá... después de eso, no hay dolor que me afecte. No hay nada en este mundo que supere ese dolor ni esa sensación". La comprendo.

Todo lo que rodea la muerte es macabro. Empecemos porque se ha vuelto un negocio y si no tienes plata para comprar el lote, te toca arrendarlo y a los 10 años te dan los huesos y tu verás qué haces con eso. Además, es algo social: los grupitos de gente que hace rato no se veían se ponen a "ponerse al día"; la pinta de negro tiene que ser buena, y bueno, el doliente tiene que darle de comer y beber a los que llegaron. Y si soy visitante, no sé qué hacer en el velorio; veo a toda la gente llorando y no sé cómo acercarme...

Y ni hablar del entierro. Siempre digo que es mejor una cremación. Independientemente que el cuerpo salte en las llamas, explote, se frite, ya la persona está muerta y uno, como doliente o acompañante del doliente, no ve más. Pero la enterrada es de las cosas que me agua el ojo hasta en las películas más baratas. Nada más horrible que ver cómo el ataúd baja a la más lenta velocidad, mientras, al menos, un par de personas se arrodillan, queriendo irse en el hueco con su ser amado. Y, cuando por fin el ataúd llega al fondo, la tirada de tierra, de flores... no. De verdad, son cosas que siento que son muy íntimas.

Esta entrada va sin foto y la dedico a mi papá, que en estos días tuvo el dolor más grande de su vida. La muerte de mi abuela puede que le produzca muchos sentiemientos negativos, pero creo que le devolvió la fe. Esa noche no pudo dormir, le dolía el estómago y a las 5 de la mañana sintió la imperativa necesidad de llamar a su hermana y preguntar por su mamá; le dijeron que había muerto. "Es de miedo, nena", me dijo. Sí, es de miedo que tu mamá no te deje dormir mientras se despide de ti. Eso devuelve la fe.

Estuve lejos; me tocó llamar ocho veces al día, o más, porque la impotencia de no estar allá (así no supiera qué hacer, ¿abrazarlo? ¿llorar con él? ¿hacerme la fuerte?) me estaba matando.

Tarde, pero tres días después, llego a Cartagena a darle el abrazo a mi papá... el abrazo "rompe costillas" que él me prometió.

Quizás no debería ser así; quizás no debería decirlo, pero, algo sí me gustó de la muerte... nos unió. Nunca había consentido así a mi papá y creo que no lo dejaré de hacer. "En vida", dicen por ahí.