viernes, 2 de julio de 2010

Un año

Hace un año no escribo... realmente, no puedo caminar y mascar chicle al tiempo.

Pero hoy me dio la gana de abrir esto porque pasó algo que me hizo sentir mal... me monté en un bus, como siempre, porque así esté el carro ahí abajo parqueado empolvándose, me da culillo cogerlo. En nuestro criticado medio de transporte estaba el "conversador de turno", un reciclador contando su historia y me conmovió. La verdad, no sé si su historia era verdaderamente triste o ya estoy vieja y me conmuevo más fácilmente. Los que me conocen saben que no soy de las que da monedas por ahí.

"Este es mi hijo", decía mientras mostraba el carné del colegio de su primogénito, "nunca he tenido que pagar matrículas porque le va muy bien y lo becan. Por él estoy aquí montado, pidiendo, porque prefiero mendigar a robar... soy reciclador y la gente me ve de arriba a abajo", sentenció, mientras me puse a pensar en cuántas veces he auscultado a los muchos recicladores que caminan por mi barrio, aquí en Galerías, "pero eso es problema de ellos. Puede que no me bañe, que sea feo, pero no robo a nadie.

"Trabajo metiendo las manos en la basura, y estaba yo por allá en la 170 con autopista norte y esos desgraciados de la policía cogieron mi carro y tuve que ver cómo le prendían fuego, así, de la nada, porque lo ven a uno como una porquería, como un desechable, y desechable no es nadie, ni el que vive en la calle, porque todos somos iguales. Me llevaron a la UPJ, allá también llevan a las mujeres... y hasta hoy salí, sin tener con qué trabajar, pero yo no puedo dejar que mi hijo pase hambre".

Siguió hablando, pero me entretuve buscando algunas monedas en mi billetera, que últimamente debería llamarse "papelera", pues carga más papeles que billetes... ¡ah! es que ni el nombre de "monedera" se merece... pero ahí aparecieron unas cuantas monedas que le di.

Cuando el reciclador me había dado la espalda, sentí que una señora gritó "no más", y siguió entre dientes "ya nos contó todo, ya le escuchamos... cállese...".

Ahí casi que empiezo a gritar, pero esta ciudad me ha enseñado que es mejor callar, pues nunca sabes qué loco te toca... la tolerancia no es la mayor virtud de las personas de la capital. Suspiré hondo y me hice la desentendida.

El reciclador no dijo nada, siguió recogiendo las monedas que la gente le daba, ignorando sabiamente a la señora. Unas cuadras más adelante, él retomó la palabra, "el problema de la maldita sociedad es que no entiende que todos somos iguales. No me dejan trabajar, por eso estoy aquí..." y siguió otro tanto.

Cuando se estaba bajando, la señora intolerante volvió a escupir "ya, bájese, ya le oímos lo suficiente".

Me llegó el turno a mí de bajarme y aún aquí, varias horas después del episodio, no sé qué me hace sentir peor: la desigualdad social, la intolerancia, el abuso del poder, el desempleo... o mi silencio ante las palabras violentas de esa mujer.

Hoy no hay foto... no hay foto que muestre lo que siento.

2 comentarios:

Alejandro Angel dijo...

Suele suceder en todas nuestras grandes ciudades a fuerza de repetición terminamos insensibilizándonos.

Igual no te sientas mal ahora, siéntete mal el día que no te sientas mal por este tipo de desigualdades.

Saludos

Trasnochos dijo...

Gracias, Alejo... a veces la insolidaridad hace parte de mi diario vivir, pues una vez iba caminando y una vieja llorando me pidió que le explicara X dirección, me le acerqué y me dio mareo. Supuse que era burundanga o algo así y me fui a mi casa. Tengo vagos recuerdos de ese momento. Desde ese día dije que no ayudaba a nadie con direcciones, ni teléfonos, ni nada, a menos que estuviera a más de 50 centímetros de mí... "y eso".

Eso ha hecho Bogotá de mí.

Pero cuando me pasan cosas como la del bus, mi sentimiento es otro, y quisiera ayudar... como no puedo, al menos escucho, pienso... y bueno, escribo. Quizás eso no le haga bien a nadie, solo a mí.


Un abrazo!